Pura, blanca,
la conociste,
de rosas rodeada.
Refugiada del hastío
y los vientos tempestuosos;
por sus alas blancas
y total inocencia.
Y si vienen los caballos,
y si vienen los tambores,
sí vienen a pintar sus ropas y sus ojos
de rojos colores.
Sólo una sombra
que le quitó su alma,
y ahora tú persigues
pero no hayas.
Que una vez el blancor fue almidonado,
ya no será blanco.
Y la viste,
y la quisiste en tu vida,
para curar sus heridas siempre.
Tus labios son los que busca,
pero no los que recuerda.
Y aún sangra, ¡quiérela!
Porque poco a poco te anhela.